¿Qué significa “deconstruirse”?

¿Has escuchado eso de deconstruirse últimamente? Suena abstracto al principio, pero en el fondo es un proceso interesante—y hasta liberador—para la vida emocional y las relaciones. Aunque no es una palabra de uso cotidiano, tiene bases en la filosofía y la psicología. Básicamente, se trata de revisar esas estructuras internas que, sin darnos cuenta, nos limitan o nos pesan. Pueden ser creencias, hábitos o formas de pensar arraigadas, como mandatos de género (“las emociones son signo de debilidad”, “hay que ser siempre fuerte”), prejuicios heredados o incluso modos de relacionarnos que ya no encajan con quienes queremos ser hoy.
Lo curioso es que el término viene de la filosofía posmoderna (hola, Derrida), donde se hablaba de desarmar estructuras sociales rígidas. Pero a nivel personal, el enfoque cambia: no se trata de descartarlo todo, sino de discernir qué nos suma y qué nos resta. Por ejemplo, cuestionar aquello que nos enseñaron sobre “cómo debemos ser”: ¿realmente necesitamos repetir que pedir ayuda es malo, o que mostrar vulnerabilidad es un fracaso? Es como hacer una limpieza selectiva de lo que ya no nos sirve, conservando lo que sí vale la pena.
En psicología, deconstruirse implica observar ideas y comportamientos con nuevos ojos. A veces requiere trabajar con un terapeuta; otras, simplemente preguntarnos por qué reaccionamos con enojo ante ciertas situaciones o por qué nos cuesta expresar necesidades. También puede significar revisar cómo nos relacionamos: ¿repetimos patrones dañinos sin darnos cuenta? ¿Nos cuesta empatizar con experiencias ajenas, como la desigualdad en las tareas del hogar? La idea no es culparnos, sino entender para crecer. Al fin y al cabo, se trata de vivir con más claridad y menos peso—para una misma y para quienes nos rodean.
Una manera sencilla de empezar es practicando la autoconciencia: observar pensamientos y emociones sin enredarnos en ellos. Así podemos notar, por ejemplo, si nos incomoda que alguien desafíe estereotipos (“¿por qué me molesta?”) o si damos por sentado que ciertos roles “son naturales”. A veces, solo con cuestionar esos automatismos, abrimos puertas que creíamos cerradas.
También ayuda tratarnos—y tratar a otras personas—con más amabilidad. Solemos ser más exigentes de lo necesario, como si la rigidez fuera sinónimo de fortaleza. Pero ¿qué pasa si, en lugar de juzgarnos por no cumplir expectativas externas, nos permitimos ser humanas? No se trata de evitar la responsabilidad, sino de abordar errores con curiosidad en vez de dureza. Cambiar duele menos cuando partimos de la comprensión—y cuando vemos que desafiar el sexismo, la homofobia o la violencia no es solo un deber ético, sino una oportunidad para vivir con más libertad.
Deconstruirse es un viaje de ajustes, no de demoliciones. Es revisar lo que cargamos—desde mandatos heredados hasta formas en que ejercemos poder sin darnos cuenta—y soltar lo que sobra. Sin prisas, pero sin pausa. Y si algo queda claro, es que el objetivo no es la perfección, sino la autenticidad. Quizá, en el camino, hasta descubramos que ser “fuerte” no tiene que ver con apariencias… sino con el coraje de ser más honestas, empáticas y, en definitiva, más libres.
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